En el súper podemos encontrar varios ejemplos de alimentos funcionales. Por ejemplo, en mi casa es bastante común consumir leche sin lactosa (Figura 1), un alimento funcional al que se le ha incorporado la enzima lactasa a fin de eliminar la lactosa que contiene el alimento. Ello facilita su digestión y la absorción de los nutrientes, al degradarse la lactosa (disacárido) en monosacáridos (glucosa y galactosa).
También podemos encontrar alimentos funcionales que han sido enriquecidos con algún nutriente a fin de mejorar su calidad o valor nutricional. En este caso, podemos encontrar varios cereales enriquecidos (Figura 2), que son consumidos habitualmente en los desayunos o las meriendas.
Igualmente se encuentran productos que son suplementados con ingredientes, nutrientes u otros elementos que originalmente no tenían. Es el caso de los L. Casei (Figura 3).
Por último, cabe destacar aquellos productos en los que se ha alterado la biodisponibilidad de alguno de sus nutrientes. Por ejemplo, la margarina (Figura 4), cuyo consumo es habitual en personas mayores o que padecen colesterol.
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